Parece mentira que en los tiempos que estamos sigamos hablando de izquierdas y derechas, pero más aún que lo hagamos de extremas derechas o fascismos, para definir todo aquello discrepante con los postulados adversos que algunos consideran que son de izquierdas y de progreso.
Cierto es que los extremos nunca son buenos y en una España en la que las más dispares ideologías forman parte de la realidad de sus ciudadanos y todos tenemos que convivir en ella, solo una gobernabilidad en equilibrio donde todos cedan y todos ganen es la única vía posible, lejos de los extremismos de las izquierdas más corrosivas y beligerantes y de las derechas más autoritarias y dictatoriales.
En esa línea de moderación contamos con los partidos constitucionalistas, representados en las dos formaciones bandera del bipartidismo tradicional y las dos nuevas formaciones que irrumpen como alternativas en el panorama político.
En el bipartidismo tradicional encontramos la prueba fulminante de dos colores que se muestran como opuestos en las pugnas electorales, pero sin distinción alguna a la hora de las subidas de impuestos o cesiones sin límite al chantaje de los nacionalismos periféricos, pero también al respeto escrupuloso de la Constitución y a lo que en ella se dictamina. Ni el de derechas es tan de derechas, ni el de izquierdas tan de izquierdas a la hora de gobernar.
El partido naranja es el color de la ambigüedad para muchos, toda vez que en su ideario trata de huir de dicho etiquetado convencional de izquierdas y derechas, con claras tendencias liberales en lo económico, pero con posiciones inequívocamente afines al denominado “progresismo” en temas sociales como el aborto, el feminismo o el laicismo.
El partido verde que ha sido el gran protagonista de las elecciones andaluzas, es en cambio, etiquetado por muchos como la “extrema derecha” a la que hay que frenar por todos los medios.
La cuestión es ¿Son realmente unos y otros lo que se dice de ellos que son o se trata de pura y dura estrategia política para descalificarse en su pugna por el poder?
¿Puede decirse que ser favorable al aborto es “progresista” y ser contrario de “ultra derecha”? ¿Puede afirmarse que discriminar a los hombres y poner “etiquetas” a la violencia es “progresista” y defender políticas de igualdad de géneros es “ultraderechista”? ¿Puede pensarse que la barra libre para todos, la condescendencia con la inadaptación cultural, o el aplauso a cualquier tipo de apetencia sexual es lo avanzado y lo tolerante, mientras que la defensa de nuestra bandera, nuestro idioma, nuestra integridad cultural y los valores tradicionales puedan ser tachados de fascistas, racistas u homófobos?
No caigamos en la extrema hipocresía de tratar de destruir la opinión del otro. Los extremos son lo que sobran, no las opiniones, ni la defensa de los valores de cada cual. No hay nada mas extremo que tratar de destruir aquello contra lo que se carece de argumentos para rebatirlo.
A. Hidalgo - Diciembre 2018