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Vivimos unos tiempos en el que las sensibilidades patrióticas de unos y otros afloran sobremanera, generando no pocas situaciones de odio que no conducen a buen puerto.


Durante décadas, España ha sufrido el secuestro, la extorsión y la muerte en pro de aspiraciones secesionistas que justificaban la brutalidad de sus acciones en nombre de una bandera, episodios afortunadamente superados, al menos por el momento, pero no las reiteradas muestras de odio que se muestran una y otra vez hacia los símbolos que más allá de un trapo o unos colores, representan el sentir y la identidad de los ciudadanos, por una nación, por una región o por un equipo de fútbol.


Odio que ya se manifestaba desde los primeros años de la democracia, cuando algunos hacían uso y abuso de ella para ensuciar las paredes de todos profiriendo insultos contra la nación que habitaban.
Muchos que heredamos una lengua y aprendimos la otra de la tierra en la que crecimos, hemos visto durante los años de nuestra existencia, como la lengua heredada, materna y propia de nuestra nación ha sido poco a poco despojada de toda su dignidad oficial, su validez y su uso institucional en la propia región en la que vivimos, donde así una de nuestras dos banderas, aquella que como españoles nos representa también a los catalanes se reduce en su presencia hasta prácticamente desaparecer, salvo en aquellos casos en los que la ley la obliga bajo pena de sanción, al mismo tiempo que cientos de miles de símbolos estelados no oficiales invaden todos los rincones de mi tierra, a los que luego se le han sumado millones de plásticos amarillos y panfletos acusando de “no democráticos” a quienes actúan para defendernos a tantos catalanes que nos sentimos pisoteados en nuestra propia casa y se nos niega hasta el derecho de que alguien nos defienda, bajo el ridículo pretexto de que si lo hacen generan independentismo.

Silban nuestro himno mientras nos cantan aquella letra bélica que habla de rebanamientos de cuello y que pretenden que sea el himno de todos que nunca será.

Desprecian nuestras instituciones y de vez en cuando sale algún “iluminado” en televisión que se suena los mocos con la bandera nacional, cuando no se otorgan el derecho de quemarla en una manifestación “pacífica”, pero que no tendrán agallas de hacer lo mismo con la banderas de otros. Parece que todo el odio y desprecio contra todo aquello que nos caracteriza como españoles deba ser tolerado sin más y aquel que se ofenda por ello, no tenga otro destino que ser acusado de fascista y otras dispares ocurrencias.


Sensibilidades patrióticas de unos y otros que parecen convertir en héroes y víctimas a quienes escupen una bandera, la queman, silban sus himnos, torean sus leyes o destrozan vehículos de sus fuerzas de seguridad, mientras nos ponen de "malos" a quienes simplemente no compartimos su odio y velamos por el respeto de lo que somos.
Sensibilidades interesadas que ignoran que el fruto de adversidades que cosechan no proceden sino de su propia semilla de odios.

 

A. Hidalgo, 5/11/2018

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