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Vivimos unos tiempos en el que las sensibilidades patrióticas de unos y otros afloran sobremanera, generando no pocas situaciones de odio que no conducen a buen puerto.


Durante décadas, España ha sufrido el secuestro, la extorsión y la muerte en pro de aspiraciones secesionistas que justificaban la brutalidad de sus acciones en nombre de una bandera, episodios afortunadamente superados, al menos por el momento, pero no las reiteradas muestras de odio que se muestran una y otra vez hacia los símbolos que más allá de un trapo o unos colores, representan el sentir y la identidad de los ciudadanos, por una nación, por una región o por un equipo de fútbol.

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Esta historia no es un cuento...cualquier parecido con la ficción, personajes o cosas falsas es mera coincidencia.

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Sería sobre el mes de Enero de 1970, cuando acudía a una consulta más del médico...Dermatólogo, que nombre más largo y complicado tenía, pero claro, nadie me había dicho que era aquel señor tan amable y cariñoso de avanzada edad que decía llamarse Albiol. Ese nombre que siempre iba asociado a picores, grietas en mis piernas, pies, brazos y manos, pero también a muchas amables sonrisas. Antes del encuentro por la consulta, había pasado por delante de aquel quiosco que había justo antes de entrar en el camino polvoriento que lleva a Juan XXIII, ese hospital que era ya como mi casa. Había visto un precioso coche metálico azul, mi color favorito, como el Haiga que estaba aparcado justo delante del quiosco.